jueves, 15 de mayo de 2008

El mito de la infalibilidad papal está vigente en el protestantismo también.

La leyenda de la infalibilidad papal está presente tanto en el catolicismo como, en cierta manera, en el protestantismo contemporáneo. A menudo, se aplica una simple extrapolación de este arquetipo para que perciba a cualquier ministro religioso como incuestionable, como un ser humano superior o incluso divinizado.

Planteémoslo así: ¿en que idea se refugia esa multitud vergonzante de ministros religiosos fraudulentos, y aun criminales sexuales que ocupan los encabezados de los periódicos cada semana? En el mito de que su cargo les confiere estatus de seres especiales, una cierta inmunidad a las normas. Cuánta gente sufre callada, y por años, abusos inconcebibles. Cuántos son testigos de infamias bien corroboradas y permanecen mudos, dudando, cuando en otro contexto tendrían las cosas claras y hablarían. Es más, se movilizarían para hacer algo y defender a quienes son víctimas. Pero es en el ámbito de las creencias en que el abuso religioso ejerce su influjo, como una suerte de hechizo. En eso estriba su impunidad, su amplio margen de maniobra entre el rebaño: no es un ser humano común quien comete el delito. No es como el resto de los mortales. Es el cura, el ministro. Alguien especial.

Eso dice el mito, pero si Pedro no fue infalible, ni reclamó o imaginó jamás serlo, entonces existe una base teológica para establecer el derecho de los feligreses a solicitar la estricta rendición de cuentas de parte de sus ministros y que comiencen a derrumbarse los fueros monárquicos medievales.

Tomado del capítulo 12, Los límites de la autoridad pastoral
La explotación de la fe
Ediciones B
2008

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