miércoles, 18 de junio de 2008

Pare de Sufrir ¿Imperio neo-evangelico?

Una mirada critica del periodista Marco Lara Klahr a la Iglesia Universal del Reino de Dios, su marketing y su credo.

Cante. Alabe. Agite con vigor sus brazos hasta empaparse. Implore. Aférrese al manto sagrado que todos los viernes pasará flotando a centímetros de su cabeza. Llore, gruña o ruja. Repita “amén” con la furia colectiva del caso, cada vez, hasta sentirse exánime. Enarbole las fotografías o las prendas de sus enfermos, y conjure con ello al Mal, que equivale, según este credo neoevangélico, a precariedad económica, enfermedad y vacío. Vamos, desafíe al demonio. Apriete párpados y quijadas, y cuando el pastor exclame, “¡Libéralo, señor Jesús!”, entorne los ojos, babee, vomite sin dejar de maldecir.
Naufrague en este mar patético solemnizado por el piano. Hágalo como lo hacen miles de mexicanos cada día. Y después participe en la puja, seleccione entre la vasta gama de productos que tienen para venderle: agua del Jordán, biblias, libros, aceite del huerto de Getsemaní; sermones y alabanzas en discos compactos, jirones de la túnica de Jesús, fragmentos de su tumba o astillas de su cruz. En tres palabras, si puede, “Pare de Sufrir”.

Inmerso en un escenario monumental y posmoderno, todo neón, todo fulgor, se le propone un viaje de casi dos horas, aeróbico, intenso y extenuante, guiado por aquella consiga perentoria con la que el obispo Pablo Roberto (pastor de la grey mexicana) planta cara a Satanás en un español cuasi portugués difuso y seductor: “¡Manifiéstate! ¡Vamos! ¡En el nombre de Jesucristo, manifiéstate! ¡Vamos!”.

Bajo el estilizado emblema corporativo rojo en forma de corazón, en cuyo fondo aparece calada una paloma en vuelo, los prodigios del religious franchising manan aquí a semejanza de hamburguesas, cosméticos, teléfonos móviles, metanfetaminas reductivas o complejos comerciales homogéneos a los que nos tiene habituados la globalización.

De Veracruz a Baja California, a través del centro, el Bajío y el norte, cada viernes, por ejemplo, usted dispone de alrededor de 40 templos espaciosos y pulcros (la mitad fueron cines, teatros o salones sociales); cinco horarios, un ejército de obreros uniformados a su servicio, y decenas de pastores brasileños, para someterse a un exorcismo masivo de acuerdo con los extravagantes cánones de la Iglesia Universal del Reino de Dios, cuya denominación Pare de Sufrir nos es hoy tan familiar como cualquier franquicia global.

Lo que ocurre en el interior de esos templos níveos, el comunicador brasileño Arnaldo Jabor lo describe así: “Centenas de miserables que no tienen ya nada, siendo expoliados por otros miserables, los obreros, que pueden ascender a pastores y tal vez a obispos, en una pirámide invertida de horrores, como montones de frutas podridas entre la basura callejera” (”Obispo Edir Macedo criou o Deus ejecutivo”, en geocities.com/cronistaarnaldo/).

En los cuernos de la globalización

Igreja Universal do Reino de Deus, Universal Church of the Kingdom of God, Communauté Chrétienne du Saint-Esprit, Comunidad Cristiana del Espíritu Santo, Oración Fuerte al Espíritu Santo o Pare de Sufrir; el visionario detrás de esta holding de la fe, que después de más de una década de persistencia toma solidez en México (llegó en 1991), es Edir Macedo Bezerra, un magnate brasileño que, montado en los cuernos de la globalización, a partir de 1986 gobierna su imperio corporativo desde Brooklyn.

Es uno de los pastores electrónicos que han florecido en Brasil al crear una gama de opciones espirituales basadas en un determinado estatus social. Están, por caso, la Asamblea de Dios, para las masas. La Iglesia Sara Nossa Terra, para la élite política y mediática. La Asociación del Evangelio Pleno, para la crema empresarial. Atletas de Cristo, para los deportistas profesionales. Y la Iglesia Universal del Reino de Dios, que apela a la abatida autoestima de las clases medias urbanas, depauperadas por tres décadas de catástrofe económica latinoamericana.

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lunes, 2 de junio de 2008

Pastores y depredadores sexuales: una clasificación

Los especialistas que estudian el comportamiento de los ministros que se involucran sexualmente con sus ovejas reconocen, a grandes rasgos, tres tipos clásicos. Al español se podrían traducir y adaptar estas categorías como sigue: a) El depredador. b) El descarriado. c) El “Don Juan”.

El primero es, por mucho, el que causa más daño. La palabra depredador fue seleccionada por la doctora Marie Fortune, investigadora del Centro para la Prevención de la Violencia Sexual, en Washington, con todo propósito. Depredador evoca ideas de peligro, destrucción y rapacidad que deja a su paso dolor y devastación. Fortune describe así el carácter y comportamiento de este tipo de ministro.

“Es manipulador, coercitivo, controlador, rapaz, y a veces violento. También puede ser encantador, brillante, competente y carismático. Le atrae la vulnerabilidad... No es psicótico, pero a menudo es sociopático; esto es, tiene poca o nula conciencia acerca de sus comportamientos transgresores. Usualmente minimizará, mentirá, y negará al ser confrontado. Para este tipo de transgresores el ministerio presenta una oportunidad ideal para obtener acceso a posibles víctimas de todas las edades”.[1]

El doctor Grenz, eticista protestante y autor de un amplio estudio sobre este tema, ofrece, en sus propias palabras, una visión complementaria del depredador.

“Fingiendo ser un pastor preocupado, el depredador utiliza su poder y posición para coercionar o manipular. Encubriendo sus intenciones con su puesto ministerial, se mueve deliberadamente más allá de los límites (de conducta) apropiados y lleva con él a sus víctimas”.[2]

Quizás el signo que suele identificar más fácilmente a los ministros en esta categoría es la premeditación. El depredador selecciona cuidadosamente a su víctima y utiliza con alevosía y ventaja una estrategia, usando recursos como los arriba mencionados. El caso ya relatado del reverendo John Jackson es un ejemplo clásico.

Otra característica importante es que pueden ser violentos. Con el paso de los años, el depredador deja tras de sí una larga lista de personas heridas y explotadas. Su conducta a menudo es acompañada de actitudes compulsivas. Por todo esto, esta clase de ministros frecuentemente llega a incurrir en actos criminales. Casi todos los clérigos paidófilos, paradigmas de rapacidad y vileza por antonomasia, caen dentro de esta categoría. Juan Manzo y el padre Nicolás Aguilar son casos típicos.

El descarriado

Quizás la mejor manera de distinguir esta categoría —también de Marie Fortune— de la del depredador, sea ésta: muy rara vez su conducta es criminal y no actúa con premeditación. “Bajo circunstancias normales”, explica Grenz, “él nunca consideraría enredarse sexualmente con una congregante. Sin embargo, una crisis avasalladora, o un momento crítico de transición en su vida, puede inclinar la balanza, llevándole a transgredir el límite...”[3]

El hecho de que no suela ser violento ni actúe con premeditación no atenúa el daño que causa a sus feligreses. De acuerdo con Fortune, este tipo de ministro tiene problemas de raíz en su carácter. Básicamente, muestra dificultad para mantener límites apropiados en sus relaciones interpersonales. Es también emocionalmente inmaduro y tiene alto riesgo de involucrarse sentimental y/o sexualmente con alguna feligrés que lo tenga en alta estima. El descarriado suele tener sentimientos de frustración profesional y a menudo se siente solo y aislado.[4]

El aprecio, la atención, los halagos o la adulación de una congregante admiradora —frecuentemente en una relación de consejería pastoral—, es el catalizador para que el ministro inicie una relación sexual con su oveja. En otras palabras, si la ocasión se presenta, explota su posición pastoral para tratar de suplir sus necesidades afectivas y/o aliviar su tensión. La clave para entender esto es el evento de estrés por el episodio de crisis con que se asocia esta conducta. La relación semántica con el nombre de la clasificación resulta así obvia. Estas personas, al tener problemas en guardar distancias profesionales prudentes y límites apropiados en sus relaciones son vulnerables a descarriarse (a desviarse del curso ético de conducta que su cargo exige). Y esta vulnerabilidad se actualiza cuando se presenta un factor de estrés importante en su vida. Esto puede ser una crisis matrimonial, familiar, en su iglesia, o en su propio ministerio. Finalmente se debe notar que la reacción del descarriado cuando es descubierto en un enredo sexual, suele ser menos defensiva y agresiva que la de un depredador. No es inusual que luego de algunas resistencias, reconozca su situación al ser confrontado.

El Don Juan o el ministro romántico

En su libro Betrayal of Trust: sexual misconduct in the pastorate, Grenz propone una categoría adicional a las dos anteriores de la doctora Fortune. Podría traducirse al español, como el romántico. Por pragmatismo nemotécnico, he preferido denominarla “El Don Juan”, en referencia al drama clásico Don Juan Tenorio del español José Zorrilla. Aunque el Tenorio de ficción era más bien un galante conquistador, un rompecorazones, en esta clasificación Don Juan es sólo un ministro enamoradizo, no menos galante. De esta manera, nos quedamos con tres grandes categorías que comienzan con d y son fáciles de recordar, sobre todo si las relacionamos con la palabra daño y destrucción:

· Depredador
· Descarriado
· Don Juan.

El rasgo sobresaliente del Don Juan es precisamente su naturaleza enamoradiza. El romance es lo que le motiva, en este caso, a transgredir la ética sexual del ministro. Lebacqz y Barton lo describen así:

“Este pastor sabe que desarrollar una relación sexual con una congregante es sospechoso y procura guardarse diligentemente de cualquier comportamiento inapropiado. Pero... se enamora”.[5]

Así es. El Don Juan se “enamora”, y al hacerlo, naturalmente afloran sus dotes de conquistador e inicia un romance. Romance que por lo general se desarrolla a partir de la consejería pastoral, el confesionario, o una relación laboral en donde se nublaron los límites profesionales y jerárquicos. Y en el nombre del amor, el Don Juan justifica ante su conciencia el involucramiento sexual con una subalterna o feligrés. Flores, regalos, cartitas, halagos, atenciones especiales, palabras emotivas. ¡Don Juan está enamorado! No importa si quien está frente a él es la esposa o la hija de un amigo, o si es una oveja nueva en busca de orientación espiritual, quizás una dama queriendo salir de un ciclo de explotación sexual patriarcal, o una menor de edad.


Conclusiones

El depredador es, lógicamente, el tipo de ministro más peligroso de estas tres categorías. Su falta de empatía con las personas que daña, la premeditación con que acecha a sus víctimas y su capacidad para manipular su entorno, suelen desembocar en escenarios devastadores. Grenz hace notar que al ser descubierto, el depredador generalmente “utilizará todos los medios en su poder para destruir a aquellos que presentan acusaciones contra él, o a aquellos que apoyan a los denunciantes”.[6] Esto se traduce en feroces negaciones, y a veces en demandas legales y acciones intimidatorias, sin excluir la violencia. Dado que una iglesia es el contexto en que la delincuencia sexual pastoral ocurre, una de las aristas más dramáticas es la polarización que hacen de los fieles para mantenerse en el poder y desacreditar a sus denunciantes. Dependiendo de sus recursos intelectuales y retóricos, utilizan para lograr esto un repertorio de “armas doctrinales” y manipulación de miedos y símbolos sagrados. Este proceso asegura que el depredador tenga a su lado gente que lo defienda. Como resultado, en el caso de las mujeres seducidas estas son revictimizadas, convertidas ahora en “enemigas de la obra de Dios” por haber denunciado. Cuando el ministro logra allegarse las lealtades de la familia de la afectada, la situacion puede convertirse en una pesadilla para ella.

El descarriado y el Don Juan, respectivamente, suelen responder de maneras mucho más moderadas ante denuncias. El daño a las feligreses es, sin embargo, grave. Incesto espiritual es un concepto contemporáneo que ayuda a explicar el tipo de sentimientos y crisis que provoca en las mujeres el ser explotadas sexualmente por ministros. Los pastores y sacerdotes en nuestra cultura, además de asumir con frecuencia roles paternos sustitutos, suelen ser vistos como padres espirituales o padres en la fe, en términos teológicos. Esta relación tiene una connotación sacra que sin lugar a dudas ayuda a entender lo complicado y profundo que puede resultar un abuso de confianza ministerial para una mujer. El estrés postraumático y la depresión clínica son cuadros cada vez más identificados en mujeres explotadas sexualmente por ministros. Son estas consecuencias en los feligreses, consecuencias devastadoras, clínicamente cuantificables, y con frecuencia procedentes jurídicamente, las que marcan la pauta acerca de cómo deben proceder las iglesias con los ministros que adulteran o agreden sexualmente al rebaño.

Independientemente de sus motivaciones y de su clasificación, sean depredadores, donjuanes o descarriados, necesitan ser removidos de inmediato de su cargo pastoral por sus autoridades eclesiásticas. Y si éstas se niegan a actuar, les corresponde entonces a las respectivas comunidades de creyentes destituir a dichos ministros.

Una iglesia se constituye, después de todo, de los creyentes, no de los ministros. Éstos son solo parte de la iglesia y su única razón de ser es contribuir al bienestar integral de la misma. En este sentido las aspiraciones, vocación y futuro profesional del líder religioso que ha abusado, son asuntos absolutamente secundarios y no deben ser el enfoque de la discusión. La seguridad física y emocional y la salud espiritual, de una comunidad de creyentes es la prioridad.

Éste no es un principio negociable. Si por haber sido destituido, un pastor o sacerdote necesita dedicarse a otro oficio como trabajar de taxista para ganar su sustento, o si tiene que prepararse para otra profesión, es finalmente consecuencia de sus propias decisiones. Cuando un abogado o un médico viola determinados estatutos profesionales, pierde su licencia para ejercer. ¿Por qué debería ser distinto con los ministros? El amor y la compasión cristiana son a menudo invocados para tratar de justificar la permanencia de ministros adúlteros, incluso con perfiles depredadores, en sus puestos. El amor a quién, debemos preguntarnos de inmediato ante semejantes argumentos. El amor cristiano, entendido como la regla de oro de Jesús, no antepone los intereses personales de un ministro egoísta por encima de la seguridad de los creyentes. Quienes abogan por la permanencia de ministros adúlteros —hay quienes aún defiende la permanencia de pederastas—en sus puestos, arriesgan a los feligreses en forma irresponsable, y a menudo criminal.

Tomado del capítulo 5, Incesto espiritual: el crimen del Reverendo Jackson
Ediciones B
2008
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[1] Marie M. Fortune. “Is Nothing Sacred?” op. cit., p.47.
[2] Stanley Grenz, op. cit., p.40.
[3] Ibíd., p. 41.
[4] Marie Fortune. op. cit., p. 156.
[5] Karen Lebacqz y Ronald Barton, Sex in the Parish, Louisville, Kentucky: Westminster, 1991, p.129.
[6] Grenz. op. cit., p. 42.