Hay interpretaciones religiosas torcidas que se usan en nuestra cultura con peligrosa frecuencia para tratar de legitimar abusos. Especialmente cuando impiden ver a criminales y depredadores como lo que son. Por ejemplo, el pederasta con más víctimas documentadas en la historia contemporánea de nuestro país es el sacerdote Nicolás Aguilar. Ha ultrajado a alrededor de cien menores.
Más que el infame Succar Kuri. De hecho, el padre Aguilar es un violador serial. ¿Pero acaso lo percibe así la sociedad en general, la justicia civil, los fieles? No. Por eso es que sigue libre y además, oficiando misas. Su investidura funciona como mecanismo cultural que le garantiza una singular impunidad. Y la ha aprovechado al máximo. Su estatus de sacerdote lo pone en un plano distinto a los demás ciudadanos en la percepción popular. Le otorga impunidad real a casi a todos los niveles.
¿Pero que es un cargo sacerdotal? ¿No emana, finalmente, de creencias religiosas? Exacto. Y eso muestra el poder de las mismas. Cualquier idea que logra que un violador serial ande caminando por la calle tan campante, tomándose fotos con menores y dando misa sin consecuencias, sin la repulsa generalizada de la sociedad, sin la expedita acción de la justicia, no es cualquier cosa. La mera protección política no explica el caso del sacerdote Aguilar. Es por ello, precisamente, que Succar Kuri está en prisión, pero el padre Nicolás Aguilar sigue libre tras dos décadas de pederastia sin freno.
Tomado del libro La explotación de la fe
Ediciones B
2008