Este blog ha recibido algunos correos inquiriendo sobre la opinión del Dr. Jorge Erdely acerca de filiaciones y cuestiones eclesiásticas. Este texto, publicado por el autor en 2008, explica sus puntos de vista sobre el tema.
Si el sol no peca con lucir ¿cómo he de pecar yo con pensar?
José Martí
¿Hay sustento en el Nuevo Testamento para la idea de una institución mediadora indispensable? ¿O son más bien esas instituciones entes neutrales, desarrollos de la historia secundarios, o cotos de poder de burocracias, o simples expresiones organizacionales alrededor de propuestas teológicas, que llegarían a lo mas a intérpretes? Por supuesto, abundan las opiniones.
Cuando Erasmo de Rotterdam publicó su famosa edición del Nuevo Testamento en griego, en 1516, una de sus principales motivaciones fue hacer notar el abismo de diferencia entre el cristianismo en su forma original y la versión institucionalizada que imperaba en el siglo XVI. Prueba de ello son sus abundantes notas, publicadas en un tomo aparte, dedicadas a remarcar dichas diferencias.
Cito a Erasmo en un pasaje memorable: “¿Qué diremos acerca de los votos... sobre la autoridad del Papa, del abuso de las absoluciones y dispensas?... ¡Qué daría por que los hombres se contentaran con dejar a Cristo reinar por medio de las normas del Evangelio, y que no buscasen más fortalecer su tiranía oscurantista por medio de decretos humanos!”10
La tensión que denunciaba Erasmo, estaba, pues, entre la institución y el Evangelio de Cristo. Sus agudas declaraciones eran producto de haber examinado acuciosamente el Nuevo Testamento en su idioma original por años, y de haber colaborado, como pocos, en revivir el interés en el estudio del griego koine en Europa. Su ideal, como el de otros intelectuales influyentes en su época, era volver a las fuentes originales, al Nuevo Testamento, y hacer desde allí una evaluación crítica a la iglesia institucional.
Leído con cuidado, el Nuevo Testamento es ciertamente un libro que tiene mucho que decir acerca de la influencia que pueden tener las organizaciones religiosas en los seres humanos.
Influencias en ocasiones positivas, pero paradójicamente, a veces, espiritualmente desastrosas.
Una lectura observadora de los evangelios sinópticos, y aun de San Juan mismo, muestra a Jesús de Nazaret polarizando a sus oyentes con un discurso que presentaba a la institución religiosa de su época, el templo y su burocracia organizacional, como un estorbo mayúsculo para que la gente se acercara a Dios. Es paradójico. A los entonces administradores oficiales de la verdad espiritual, tenidos en veneración por todo el pueblo, los denuncia por “tener la llave de la ciencia” y al mismo tiempo impedir a sus oyentes entrar en el reino de Dios.11
En otros pasajes, Jesús acusa a los líderes institucionales de ser ciegos, guías de ciegos.12 En otros más (su denuncia más fuerte, en Mateo 23), de guiar a la gente a la destrucción en vez de a la salvación.13 Nótese que Jesús es genérico en sus denuncias. Denunció a la casta burocrática totogenre, pues la percibía como una estructura o sistema corrupto (aunque había, a nivel individual, como suele ser el caso, honrosas excepciones como, quizás, Nicodemo o Gamaliel).
El Cristo que a los 12 años escuchaba absorto las Escrituras con los eruditos rabinos en los atrios del Templo de Jerusalén, llegó veinte años más tarde a echar fuera de esos mismos atrios a los mercaderes allí instalados con permiso de los altos jerarcas. Denunció, en términos no inciertos, que aquello había sido convertido en cueva de ladrones, en vez de un espacio para que la gente de todas las naciones se acercara a Dios.
Hacia el final de su ministerio, cuando en Mateo 24 los discípulos le hablaban sobre la grandeza arquitectónica del templo, el símbolo por excelencia de la institución dominante, y el corazón mismo del culto, les advirtió enseguida que no quedaría de todo eso piedra sobre piedra.14 Aparece allí un énfasis en evitar que sus discípulos pusieran sus ojos en los deslumbrantes edificios y todo lo que éstos representaban.
Jesús de Nazaret, una propuesta subversivaPero, curioso, de vuelta a Mateo 23, Cristo no condena nunca la cátedra de Moisés, sino que la valida enfático.15 Jesús, en el proceso de emancipar a la gente de la dependencia institucional que se presenta como mediadora indispensable entre los seres humanos y la divinidad, es cuidadoso en no dejar a la gente sin referentes codificados de autoridad. Y así, deslinda los textos sacros de aquellos que se apropian de ellos para explotar a quienes los desconocen y con su impostura de aprovechan de ellos. Pocas situaciones confunden al creyente, como el uso de textos y símbolos sacros por liderazgos religiosos ostensiblemente corruptos. Nublan o llegan a voltear al revés los parámetros éticos. Enfatizar la distinción entre intérpretes y texto, era crítico para la audiencia de Jesús.
Llama la atención, al examinar el discurso de Cristo en los Evangelios, su postura iconoclasta y contracultural. Uno de sus grandes énfasis está puesto en libertar a los hombres del arraigado concepto de la institución religiosa como mediadora
de las relaciones entre Dios y las personas. En Juan 4, durante su memorable dialogo con la samaritana, sale a la mesa de discusión una polémica contemporánea sobre el “lugar correcto de adoración” ¿Era el monte Gerizim, como afirmaban los samaritanos o el Templo de Jerusalén?, cuestionaba aquélla.
“Mujer, créeme”, responde Jesús, “en que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis”.16
Desmitificando los espacios sagradosExaminando la totalidad de su discurso, Jesús va, pues, relato a relato, parábola tras parábola, removiendo la confianza en los lugares físicos, en los templos, en los espacios materiales sacros, y va, simultáneamente, trasladando cuidadosamente esos conceptos al ámbito de su propia persona y los corazones de los seres humanos. El templo sería, pronto, él mismo, sin restricción geográfica, sin obstrucción burocrática, y las otras estructuras, obsoletas.
Más adelante, la dicotomía es aún más contundente: en la Fiesta de los Tabernáculos, citada en San Juan 7:37-38, se nos ubica justo en el último día de aquella importante celebración. En ese día, de acuerdo con la tradición de la época, se derramaban varios cántaros de agua en el altar del templo, de manera que al terminar la ceremonia corría ésta por el patio, como en riachuelos, representando la abundancia de
Dios para con su pueblo.17 Fue justo allí y en aquel día, cuando Jesús pronunció aquel famoso “si alguno tiene sed, venga a mí y beba, y de su interior correrán ríos de agua viva”.18
El contraste es dramático. Por un lado, la multitud convocada está esperanzada y con su atención fija en el templo, en el rito y el símbolo, buscando la bendición de los sacerdotes intermediarios. Mas Jesús, poniéndose en pie, alza la voz en tan solemne momento, cambiando radicalmente el foco de atención. Parafraseándolo, en ese contexto, decía: “Si sed espiritual es lo que tienes, no es en el templo ni en el rito donde te vas a saciar, sino en mí”.19
Otra vez vemos pues a Cristo en un acto publico, en abierto antagonismo con el templo. El énfasis no estaba ni en la ceremonia, ni en si en los que la administraban había realidad o sustancia espiritual. San Juan 14:6 aborda el reiterativo tema de manera más franca: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es a través de mí”. Subversivo, si contemplamos la atmósfera polarizada en que se dijo.
Ante textos tan claros como éstos, ¿cuál era entonces realmente la relevancia de la institución y su burocracia religiosa? En aquel contexto de continuas yuxtaposiciones, el silencio era ya de por sí elocuente.
Los monopolios de la graciaSe podría argumentar con cierta legitimidad exegética, que lo único que se puede inferir validamente de todo esto es que la antigua alianza o pacto con Israel, con su templo, sus ceremonias, y regulaciones de culto, eran, o están por ser obsoletas, pues Cristo venía a proclamar lo nuevo, lo que permanece, de lo cual el pacto mosaico era sólo sombra, figura y tipo. Pero aun si esto fuere así y no pudiésemos hacer paralelismos con instituciones religiosas contemporáneas, ni inferencias validas aplicables hoy en día, queda en el aire la pregunta: ¿por qué Jesús, en forma por demás enfática y en tantas narrativas, se señala a sí mismo y no a una nueva institución (en este caso la ekklesía) como mediador por excelencia de la relación entre Dios y las personas? ¿Por qué en las narrativas se establece categóricamente él a sí mismo, a su persona, como eje indispensable de la comunión con Dios y descarta cualquier otra vía? Esta enfática afirmación de sí mismo a exclusión de todo y todos los demás, es un punto teológico álgido, mas no por ello menor. Es un tema toral y reiterativo de su discurso, y, por lo tanto, literariamente ineludible. Hay, pienso, razones primordiales para ese énfasis discursivo. Y no me refiero a la doctrina de la expiación, sino a realidades históricas y empíricas.
Las instituciones y sus burocracias tienen una tendencia a secuestrar y a manipular los principios que administran. Tienden, de manera innata, a usurpar en la praxis el lugar que sólo a Dios le corresponde, al exigir obediencia antes quea Él y a la propia conciencia. De esto, la historia y la sociología de las religiones dan abundantes ejemplos.
La naturaleza misma de una institución parece ser la búsqueda de su auto perpetuación como fin prioritario, y no necesariamente el bien de las personas. Para asegurar su supervivencia en la historia, tienden a defender y promover a ultranza su imagen institucional. Cuando existe un dilema entre proteger dicha imagen y velar por los intereses de los seres humanos, éstos últimos suelen ser inexorablemente sacrificados en aras de lo anterior. Existen antecedentes —muchísimos— de que por estas razones, las instituciones, cuando son religiosas, se pueden convertir no sólo en estorbos pasivos, sino —trágicamente— en obstáculos activos para la fe y la espiritualidad.
Las instituciones religiosas, es también conocido, acumulan poder basadas en su estatus de mediadoras, en vez de asumirse, más modestamente, como falibles intérpretes, y son tentadas a medrar con los anhelos más sagrados del pueblo.
Las instituciones religiosas tienen una dimensión fantasmática, existen en el imaginario colectivo como un abstracto más allá de los feligreses. Sin embargo, se encarnan y adquieren voz ante la sociedad a través de las jerarquías que las rigen. La voz de la institución es siempre la voz de la jerarquía. Son esos intereses los que representan y protegen, no los del común de los creyentes. El Nuevo Testamento presenta consistentemente a Jesús al lado de los creyentes, del pueblo, en tensión con la institución de la época, casi como si dos mediadores estuviesen compitiendo por allegarse sus lealtades.
Ante estas imágenes, surgen algunas preguntas literarias. ¿Será que Jesús, quien la narrativa presenta como viniendo al mundo a libertar del mal al ser humano, luego encomienda a una institución (¡y a una sola!) la administración de su gracia, de manera que las personas quedan de nuevo dependientes o esclavizadas, a expensas de una estructura religiosa, como lo estaban antaño a aquel al sistema del templo y a los escribas? ¿O será, por el contrario, que su misión fue emancipar, entre otras cosas y de una vez y para siempre, a los seres humanos de las estructuras religiosas y sus caprichos terrenales, abriendo acceso por medio de sí mismo a Dios, como lo afirma claramente, por todos lados, el Nuevo Testamento?20
Hágase una breve observación de las estructuras eclesiásticas y sus sacramentos. Nótese qué aspecto de la gracia de Dios no se supone que es forzosamente mediado y administrado, de una manera u otra, por la institución. ¿No es esto, honestamente, sospechoso?
La administración del bautismo, dependiendo la tradición; el sacramento de la eucaristía o la comunión que sólo una elite especial bendice y dispensa; la confesión; la declaración de salvación en los protestantismos; la interpretación oficial de los textos sagrados por los escribas; la absolución de pecados; la extremaunción, y todo lo que cabe en medio.
Del nacimiento a la muerte, del bautismo al matrimonio —si es el caso—, todo acceso a la gracia es mediado “al pueblo”, a los laicos, por instituciones y clerigos profesionales con misterioso celo.
Pero, ¿en dónde se ve eso en el Nuevo Testamento? Verbigracia: ¿qué obispo o sacerdote ordenado fue el que bautizó a San Pablo? Ninguno. Fue un sencillo seguidor de las enseñanzas de Jesús, sin rango ni estatus eclesiástico, de nombre
Ananías. Se puede leer el relato en el libro de los Hechos.21 ¿Y por eso no fue válido su bautismo? ¿O fue luego Pablo a Jerusalén a pedir que lo bautizara alguno de los apóstoles? ¿O al menos un diácono ordenado? ¿Hay algún registro de alguna polémica sobre la validez o invalidez del bautismo de Saulo de Tarso? ¿Algún reproche, quizás, a Ananías por usurpar funciones que no le correspondían o administrar sacramentos que no valían?
Emancipación: el otro discursoNada. Y eso indica, al menos, que la obsesión por centralizar poder y sacramentos no existía aún en los inicios del cristianismo. Todo el que ha leído, sabe que el sistema sacramental mediado institucionalmente como existe hoy en día, es producto de siglos de mutación teológica. Lo curioso es que la mutación no fue al azar, sino sesgada. Toda la gracia —se afirma— vino a quedar bajo la tutela y administración de una monarquía al frente de una organización eclesiástica. Y los que no son ministros, o los llamados laicos, por ende, necesariamente terminaron en un estado de irremediable y riesgosa dependencia institucional.
Al nacer y crecer en una cultura religiosa permeada con estas nociones, naturalmente se es socializado en sus prácticas e ideas. Queda la idea de que si no se acude al lugar “sagrado” o al rito oficialmente autorizado, no se alcanzará quizás el perdón divino o no se podrá participar en el más allá de un paraíso, ver otra vez a seres cercanos ya fallecidos, etcétera. Es importante a su vez contar con la complacencia y el beneplácito de los perpetuos custodios de la gracia; es más seguro.
Mas Jesús de Nazaret, no mencionaba institución cuando afirmaba: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.22 Y ni dudar que está hablando en el citado texto de su propia persona. Y no nombra acompañantes ni compadres para tan elevado quehacer. Menos aún, falibles organizaciones, sea cual sea su nombre o abolengo.
Si Jesucristo vino para hacer libre al ser humano (en muchos sentidos), luego pues, no lo vuelve a dejar dependiente, ni subordinado servilmente a instituciones.
Con Jesús, la institución religiosa venía a ser, poniéndolo eufemísticamente, “dispensable”. Por no decir espiritualmente irrelevante y, aun, como lo había enfatizado él en varias ocasiones, hasta estorbosa por su naturaleza explotativa e insensible hacia la gente. Y, en ocasiones, pretenciosa y ofensivamente arrogante.
Jesús había venido a emancipar con su discurso, según las narrativas, también de esa codependencia institucional dañina de la que tanto provecho obtienen ministros impostores. Esas actitudes dolosas fueron lo que lo llevó a increpar a los jerarcas de su época por actos directos de depredación económica contra los creyentes, por su doble moral, la cual no excluía la lujuria reprimida, el saqueo a las viudas y el pisoteo de los derechos, causando indecible sufrimiento al rebaño. Todo en el nombre de Dios y con argumentos teológicos torcidos.
Esto es, por supuesto, un acercamiento literario a las narrativas del iconoclasta de Nazaret, aplicable a aquella época. ¿O lo son también a la nuestra? Cuestión de creencias
San Lucas 11:52.
San Mateo 15:14.
San Mateo 24:2.
San Mateo 23:2-3.
San Juan 4:21.
Albert Edersheim, La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, Terrassa (Barcelona): CLIE, 1978.
San Juan 7:38.
La referencia inmediata es a la promesa del Espíritu Santo, según el versículo 7:39.
Por ejemplo, Hebreos 10:19-20.
Hechos 9:17-18.
San Juan 14:6.