jueves, 18 de septiembre de 2008

Cuando los pastores adulteran


¿Como tratan las iglesias hoy en día los casos de seducción a feligresas por parte de ministros? ¿Qué hay de los que, encima, cometen adulterio con ellas? ¿Los sancionan o los solapan? ¿Los cambian de templo y ya, como sucede con muchos curas pederastas, o les cancelan el permiso para ejercer el ministerio? ¿Tienen estándares de ética más altos las asociaciones profesionales del mundo que las iglesias contemporáneas, so pretexto de lo que Bonhoeffer llamo cheap grace?



Cuando un ministro religioso, cura, pastor, diacono, “líder de alabanza” 1, etcétera, se involucra sexualmente con alguien que se encuentra bajo su cuidado espiritual —el caso clásico en Latinoamérica es el de un ministro casado y una feligrés mayor de edad 2—, existe una relación de inequidad que pone en desventaja importante a la mujer. Esto sucede porque el pastor tiene una relación jerárquica de autoridad sobre sus congregantes y frecuentemente tiene acceso a información privada sobre vulnerabilidades personales de las mismas. Dicha información es obtenida a menudo a través de la consejería pastoral, en la confesión de situaciones personales, o proporcionada por terceros que confían en el líder espiritual para ayudar a un ser querido.

Explotando vulnerabilidades

La posesión de dicha información pone en un estado especial de vulnerabilidad a las mujeres. El acceso a información privada, aunada a la relación de confianza, admiración y respeto por la investidura en que se proporciona la misma, así como la posición de subordinación jerárquica de la oveja hacia el ministro, hacen que las relaciones románticas y sexuales sean inherentemente explotativas por parte del líder. Como explica Petter Rutter 3, no se trata realmente de relaciones en condiciones de igualdad. En todos los casos se trata, pues, de un abuso de poder por parte del ministro, sacerdote o pastor. No se requiere que exista uso de la fuerza o coerción para calificarlo así.

Cuando existe además adulterio, esto agrava y complica más el caso, pues implica a su vez la traición a la confianza de hijos, familiares y cónyuges por una o ambas partes.

En palabras del eticista Stanley Grenz, ¿implica esto entonces que “cada acto sexual entre una congregante y su pastor conlleva implícitamente un abuso de poder y es un acto de traición de confianza”?4 Basándose en las investigaciones de la especialista Marie M. Fortune, responde:

“Cualquiera que sea su motivación, la congregante entra a esa relación con una vulnerabilidad especial…Así es que ella se encuentra en una posición de desigualdad en cuanto a él”.5

Por eso, Grenz y la doctora Fortune coinciden que para que no hubiese una relación de desventaja para la mujer —y por ende explotativa—, ambos tendrían que relacionarse en condiciones de verdadera equidad. Aun es cuestionable legalmente el “pleno consentimiento” a la relación sexual en dichos casos, aunque en apariencia la haya, y aunque en eso se escuden muchos ministros explotadores.

Volviendo a la pregunta de Grenz, si cualquier relación entre un ministro y una feligrés, es necesaria e inherentemente explotativa —y por lo tanto una grave falta de ética profesional—, esa conducta requiere ser identificada, confrontada, y denunciada.



Criterios profesionales seculares

Un ejemplo de las normas que rigen a los profesionales de la salud mental en países democráticos industrializados puede ilustrar bien el punto. Las asociaciones y colegios de psiquiatras y psicoterapeutas suspenden la licencia para ejercer dichas profesiones a sus miembros si éstos se involucran en relaciones sexuales con sus pacientes, aunque éstos sean adultos. De hecho, en algunos países es requerido por ley que un psiquiatra o psicoanalista haya dejado de atender por varios años a su paciente antes de que le sea lícito entablar una relación romántica o íntima con él o ella.

Las razones son las mismas que comentan Marie Fortune, Grenz y otros especialistas: el profesional de la salud mental tiene una relación privilegiada de confianza con su paciente, relación cuyo propósito es contribuir al bienestar del mismo. En virtud de esa relación y con la expectativa de la mejoría en mente, el paciente revela voluntariamente ante el profesional áreas vulnerables de su vida privada. Frecuentemente le confiará aspectos de su pasado, de sus miedos y sueños y metas, de su vida íntima sentimental y/o sexual, información que en otras circunstancias no comentaría con otras personas en tal detalle o amplitud. Esa información puede ser ofrecida inicialmente por el paciente o inquirida por el profesional para diagnosticar una problemática. Si el psiquiatra o terapeuta no utiliza éticamente esa información y en vez de ello decide usarla para obtener gratificación sexual y/o afectiva, la paciente está en terrible desventaja ante el depredador, pues es susceptible muy fácilmente a ser manipulada. El terapeuta, en cambio, no requiere de proporcionar información privada a la contraparte ni acude a la consulta con la expectativa de recibir ayuda. El reconocimiento de esa vulnerabilidad ha dado lugar a que existan normas que regulen la relación profesional de la salud mental-paciente en los países civilizados.

Por supuesto, no todos los psiquiatras y terapeutas respetan el código ético que rige su trato con las pacientes. Algunos deciden no hacerlo y cuando son descubiertos tienen, a diferencia de la mayoría de los ministros religiosos, consecuencias. Penas de cárcel, demandas civiles, escrutinio público. Es común que se les suspendan y en ocasiones se les cancelen de por vida sus licencias profesionales. Esto es, no pueden volver a ejercer su profesión; de hacerlo, incurren en serias sanciones. Esto sucede tratándose de la actividad sexual entre un profesional de la salud adulto y su cliente adulta en una relación de “mutuo consentimiento” en el ámbito secular. ¿Como tratan las iglesias hoy en día los casos de seducción a feligresas por parte de ministros? ¿Qué hay de los que, encima, cometen adulterio con ellas? ¿Los sancionan o los solapan? ¿Los cambian de templo y ya, como sucede con muchos curas pederastas, o les cancelan el permiso para ejercer el ministerio? ¿Tienen estándares de ética más altos las asociaciones profesionales del mundo que las iglesias contemporáneas, so pretexto de lo que Bonhoeffer llamo cheap grace?

La relación sexual entre un líder religioso y cualquiera de sus congregantes —indistintamente si involucra el adulterio— es, además de una violación de la ética cristiana a la que los ministros se suscriben, un abuso de poder que no puede minimizarse. Es de hecho, el signo distintivo de un explotador profesional y trae graves consecuencias —en ocasiones devastadoras— para las creyentes que se dejan deslumbrar por el estatus, poder, por la aparente sapiencia, por la solicitud y empatía, o por el carisma, el talento u otros señuelos con que medran muchos explotadores de la fe con pocos escrúpulos.

Tomado y adaptado de Seducción en el seminario.

La Explotación de la Fe

Ediciones B

2008

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1 Este cargo, líder de alabanza, ha cobrado enorme autoridad en movimientos carismáticos católicos y en el neopentecostalismo, a veces, a la par, o más, que la del pastor y el sacerdote. Rebasa la idea tradicional del cantor o el director del coro o encargado de la música y se idealiza como dechado de espiritualidad en la misma medida en que la música ha venido adquiriendo un papel preponderante en el culto y la vida de esos movimientos.

2 Excluyendo, obviamente, la pederastia, tan prevaleciente entre el clero católico. Véase Manto púrpura: pederastia clerical en tiempos del cardenal Norberto Rivera Carrera, de Sanjuana Martínez (México DF: Grijalbo, 2006).

3 Peter Rutter, Sex in the forbidden zone: When men in power —therapists, doctor, clergy, teachers and others— Betray Women Trust (Los Angeles: J.P. Tarcher, 1986).

4 Stanley J. Grenz, Roy D. Bell, Betrayal of Trust: Sexual Misconduct in the Pastorate (Downers Grove: Illinois: InterVarsity Press, 1995), pp. 91. Marie M. Fortune, Is nothing sacred? When sex invades the Pastoral Relationship (San Francisco: Harper & Row, 1992).

5 Ibíd., pp. 91-93.